La Pereza: ¿Pecado Capital?
Lunes 08 de septiembre, 2025 – Escrita días después del cambio de hora en Chile.
Amanecí Cansado…
Hoy amanecí muy cansado, con poca energía para afrontar el día y con ganas de quedarme esa horita extra en la cama. Por compromiso (¿con quién?, ¿para qué?), decidí despertar igual a la hora de siempre, pero debido a mi desgano, terminé viendo reels en Instagram por la siguiente hora y fracción en la cama hasta que, de no muy buena gana, decidí pararme y me dirigí al escritorio para comenzar el día laboral.
Reflexionando, me di cuenta que mi cansancio inusual no se debía tanto a un fin de semana más ajetreado y social de lo habitual, sino casi por completo al cambio de hora. El sábado (dos noches atrás), cambió la hora en Chile, pasando de nuestro horario de invierno al horario de verano. Una parte de mí por supuesto que se llena de alegría, porque disfruto profundamente esa hora adicional de luz solar en la tarde, pero otra parte de mí sufre las consecuencias. El cambio de hora es algo que médicos y psicólogos han comprobado en repetidas ocasiones como perjudicial para la salud porque nos desconecta de los ritmos naturales de la vida.
En palabras del astrofotógrafo chileno Arturo Gómez:
«Los gallos, las gallinas y los animales, en general, no están ni ahí con el cambio de horario, ellos hacen sus vidas, en relación con la luz del Sol».
Al final del día, a nuestra sociedad no le interesa vivir en sintonía con los ritmos propios de la vida. El compás de la naturaleza es uno, y el de la sociedad productiva es otra. Por eso mismo, tenemos políticos que, con orgullo, proponen el cambio de huso horario sin considerar los efectos dañinos que puede tener para la salud. Y, más preocupante aún, nosotros mismos como ciudadanos de esta sociedad, solemos mirar el cambio de hora como algo casi jocoso y olvidamos el impacto que puede tener en nuestro cuerpo y nuestra mente.
“El compás de la naturaleza es uno, y el de la sociedad productiva es otro.”
Este día lunes, me desperté igual a la hora de siempre (por más que haya perdido mi tiempo viendo reels porque lo que quería en realidad era descansar) porque la rutina sigue, porque “hay” que despertarse y simplemente continuar. Siempre al mismo ritmo incansable.
Sin embargo, ¿en qué momento nos damos una pausa? ¿Cuándo escuchamos realmente a nuestro cuerpo? ¿Puedo descansar, aun siendo lunes por la mañana? ¿O debo trabajar y mantener el ritmo? ¿Hasta qué punto un descanso necesario se convierte en exceso, y cuándo pasa a ser pereza, ese pecado capital que nos impide realizar nuestro propósito material y espiritual aquí en la Tierra?
La Pereza
El pecado capital de la pereza tenía en sus orígenes un significado distinto al que le damos hoy. Más que una flojera física, aludía en sus inicios a un desgano espiritual, donde el monje o el creyente perdían las ganas y la motivación de orar, meditar, cultivarse interiormente y obrar bien por los demás.
Comprendiendo esto… ¿me hace perezoso querer dormir o descansar un par de horas más un lunes por la mañana cuando “debería” estar trabajando? Claramente, la respuesta es que no. Lo que surge, en realidad, es una culpa ligada al “deber ser”, a la presión de ajustarme a los ritmos sociales que no siempre coinciden con mis ritmos individuales, particularmente como Persona Altamente Sensible extrovertida que necesita ese descanso profundo después de socializar.
Ahora bien, si esas horas extra de descanso en un lunes por la mañana se transformaran en días completos sin querer salir de la cama, ahí sí estaría cayendo en el desgano espiritual y es ahí cuando la pereza comienza a consumirnos. Esta es una línea muy fina que requiere de mucha observación, pero por sobre todas las cosas valentía y amor propio.
Es decir, observarme en las necesidades de mi alma y mi cuerpo, y tener la valentía y amor propio de ser honesto conmigo mismo y tomar la decisión que favorece mi crecimiento personal y espiritual. A veces, eso implica tener la valentía de quedarme acostado y darme la pausa que necesito; otras veces, significa encontrar el amor propio suficiente para levantarme a ejercitar o meditar, incluso cuando preferiría seguir en la cama.
“Más que flojera física, la pereza en sus orígenes era un desgano espiritual.”
El significado más profundo de la Pereza
En esta reflexión matutina de lunes que me llevó a investigar sobre la Pereza, descubrí que la palabra original usada por la Iglesia primitiva para referirse a este pecado capital era acedia, un término que apenas sobrevivió en las lenguas romances como el español. Esta palabra designaba el desgano espiritual del que hablaba antes: ese sopor en el que caían los monjes cuando ya no querían meditar ni orar, perdiendo el interés por cultivarse y por obrar en beneficio del prójimo. Se comprendía entonces la pereza como una lucha espiritual interna que se combatía mediante el trabajo manual, el canto, la disciplina y la lectura de textos sagrados.
No obstante, cuando la doctrina de la Iglesia se popularizó en los siglos venideros, particularmente con Santo Tomás de Aquino en la Edad Media, la pereza se comprendió ya no como acedia, o desgano espiritual, sino que como pigritia, que es ese sentido que le damos hoy a la pereza, comprendida como flojera, dejadez y falta de esfuerzo.
Para poder masificar las enseñanzas originales de la Iglesia primitiva, le fue más fácil al clérigo enseñar la pereza como las pocas ganas de trabajar, mucho más que como ese «demonio del mediodía» sutil que afectaba a los monjes. Por esta razón es que hoy comprendemos la pereza como una actitud de flojera y nos desconectamos de su significado original interno.
Me cuestiono también si este cambio de doctrina fue solo un acto didáctico para enseñar a los campesinos, o si fue un acto premeditado para servir los intereses de aquellos que tenían el poder político, económico y social. Para los señores feudales terratenientes de la época, esta doctrina de la pigritia les resultó tremendamente provechosa.
La fórmula que se instauró era muy simple: si eres flojo, no sólo te empobreces en la tierra, sino que arriesgas el mismísimo infierno. Por lo tanto, vemos cómo la condena de esta versión de la Pereza servía para legitimar este orden productivo donde el campesino debía mantenerse laborioso, obediente y dócil. Aquel que trabajaba sin quejarse, sin importar las paupérrimas condiciones materiales o la pobreza, complacía a Dios, mientras que el que era flojo ofendía a Dios y era merecedor del castigo eterno.
Aplicación en la vida cotidiana
Si bien hoy ya no vivimos bajo una estructura feudal donde debemos labrar el campo para el beneficio de un terrateniente a cambio de protección, queda en evidencia cómo esta doctrina de la pigritia como pecado capital nos afecta hasta el día de hoy.
Hoy en día, quizás el “ser flojo” no es algo que ofende a Dios, pero sí es algo que ofende a la estructura social y económica. Aquel que no entra a la fuerza laboral o productiva a cierta edad es demonizado y la búsqueda del propósito al ritmo único de cada persona es vista como un gasto de tiempo… como un pecado capital.
Esta misma doctrina es la que nos hace sentir culpables si un lunes queremos dormir un par de horitas más, porque “cómo vamos a caer en esa flojera si es una ofensa”.
Sin embargo, comprender que la Pereza como pecado capital posee un significado interno y espiritual, nos libera de esta condena y nos permite escuchar a nuestro cuerpo y nuestra alma para realizar aquí en la Tierra la verdadera labor a la cual vinimos: la de nuestro perfeccionamiento interior.
Gracias por leerme ❤️
Mi nombre es Benjamín Albagli Link y esto es Emet, un espacio para compartir reflexiones que nos invitan a mirar hacia adentro y recordar la verdad de nuestra alma.
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