La Divina Presencia
El mejor regalo que podemos dar es estar presente…
Cuando habitamos el momento presente, dejamos atrás cualquier preocupación por el futuro y cualquier pensamiento repetitivo que nos pueda generar ansiedad y malestar. Cuando habitamos el momento presente, nos conectamos con el flujo divino, con el Espíritu de Dios y somos capaces de conectar con toda Su bondad y misericordia.
El presente nos alegra el alma y nos permite ser un faro de luz que ilumina la vida de todos quienes nos rodean. Nos permite transmutar el dolor de nuestro vecino, mostrándole esa luz y esa fuerza que lleva dentro y comprendiendo el significado más profundo de incluso la situación más dolorosa que pueda estar atravesando.
En la dimensión del alma, ese dolor se comprende como pasajero. Con altura de miras podemos entender por qué vivimos esa situación difícil: vemos el desafío, reconocemos el aprendizaje álmico e incluso somos capaces de sentir gratitud y alegría al descubrir el potencial que tenemos de superar la dificultad y reconstruirnos con fuerza del otro lado.
“El presente nos alegra el alma y nos permite ser un faro de luz que ilumina la vida de todos quienes nos rodean.”
Estar en Presencia con otra persona implica primero aprender a estar en Presencia con nosotros mismos: ser capaces de habitar el Aquí y el Ahora, despojados de cualquier pensamiento inquietante sobre el pasado o el futuro. Es poder superar la agitación mental y compenetrarse con lo que estamos viviendo, en el momento presente. Solo ahí seremos capaces de poder encarnar ese estado de Gracia estando con un otro, y ofrecérselo como un regalo.
Estar compenetrado con el momento presente en una escucha activa y amorosa es el mejor obsequio que le podemos dar a nuestra pareja, hijos, padres o amigos. Es mirar al otro más allá de las etiquetas de nuestro ego, y en su lugar contemplarlo con los ojos del Espíritu. Es estar ahí trascendiendo nuestras propias agitaciones mentales para sentir, ver, escuchar y estar con el otro. Completamente. Sin pensar en lo que ya pasó o lo que está por venir. Sin pensar en otros otro aparte de ese que tenemos al frente, que demanda nuestra Atención Plena.
Y cuando somos capaces, ambos, de regalarnos ese momento de Presencia el uno al otro, es cuando podemos construir relaciones mágicas que nos llenan el alma. Es cuando podemos trascender aunque sea por un instante la ilusión de separatividad que nos acongoja el alma. Es cuando el tiempo se detiene por un instante (o más bien, que “se nos pasa volando) y podemos habitar el infinito, el tiempo-sin-tiempo que es el tiempo de Dios. Nos sentimos vistos y escuchados a un nivel profundo, pero por sobre todas las cosas, nos sentimos profundamente amados y respetados.
Habitar la Presencia en comunión con el Otro es traer el Cielo a la Tierra y experimentar un pedacito de Dios en el aquí y el ahora del momento presente.
“Es cuando el tiempo se detiene por un instante (…) y podemos habitar el infinito, el tiempo-sin-tiempo que es el tiempo de Dios.”
La Divina Presencia
En la tradición judía, no se comprende la Presencia como quizás se hace en el budismo donde se recalca la importancia de la atención plena del momento presente como vía de la liberación. El judaísmo es quizás una religión más terrenal en el sentido de que el camino espiritual es uno que se vive con acciones concretas aquí en la Tierra, y no hay una tradición importante de meditación y enfoque en el aquí y ahora. De hecho, cuando se habla de Presencia en el judaísmo, no se habla de habitar el momento presente, sino que se habla de esta figura casi mítica llamada la Divina Presencia, o Shejiná.
La palabra Shejiná (שכינה) viene de la raíz hebrea shajan (שכנ), que significa «habitar» o «residir». Por lo tanto, cuando se habla de Presencia en el judaísmo, se habla de una esencia que toma una identidad casi antropomorfa llamada «Divina Presencia» que es la morada de Dios aquí en la Tierra.
En la tradición judía, la Shejiná es la forma en que Dios se encarna en el mundo material, habitando junto a nosotros y acompañándonos con Su Presencia. Esta Divina Presencia es una energía que desciende desde los Cielos para visitarnos y acompañarnos en el día a día.
De hecho, la Shejiná en el misticismo judío se asocia con la sefirá (centro energético) de Maljut, que significa «Reino». La Cábala explica que Dios se revela al mundo por medio de una imprenta creadora llamada «El Árbol de la Vida», expresada por medio de 10 sefirot, o centros energéticos de la creación. El último centro es precisamente Maljut, que representa la materialización de toda la energía divina que desciende y se hace carne para crear la realidad que experimentamos. En otras palabras, Maljut es el aspecto de la creación que podemos ver, tocar y oler con nuestros cinco sentidos de percepción material.
Por lo tanto, esta asociación entre Shejiná y Maljut, entre la Divina Presencia y el mundo material, nos enseña que Dios no sólo está en lo trascendente, sino que también está en lo cotidiano. La Divina Presencia es el recuerdo de que Dios mora con nosotros aquí en la Tierra, incluso en esos aspectos que generalmente no consideramos divinos. Dios nos da el mejor regalo que tiene para nosotros, Su Presencia, para que recordemos siempre que Su energía vive dentro de nuestros corazones y para que sintamos su bondad, cobijo y misericordia en todo momento.
Dios como Presencia está siempre ahí para nosotros. Atento. Receptivo. Listo para atender nuestras plegarias. Listo para acompañarnos en una caminata al parque. Listo para escuchar nuestros problemas y que podamos sentir ese alivio. Listo para darnos ese abrazo cálido y profundo que nos acoge y revitaliza.
“La Divina Presencia es el recuerdo de que Dios mora con nosotros aquí en la Tierra.”
Pero tampoco es casualidad que la palabra Shejiná (שכינה) comparta la misma raíz que la palabra shajén (שָׁכֵן), que significa «vecino». Esto quiere decir que la Divina Presencia no es algo lejano, cósmico o abstracto, sino que es una presencia que está más cerca de lo que pensamos, ya que habita en el corazón de mi vecino. Es una invitación a ver los ojos de Dios en los ojos del Otro, en los ojos de mi pareja, hijos, padres o amigos. Pero también, en los ojos de todas las personas que me encuentro en el camino.
La espiritualidad judía nos enseña que Dios revela su Presencia y Majestuosidad no en el éxtasis de una meditación o un viaje iniciático, sino en la proximidad, en la relación y en la vida compartida. Jesús nos dijo que de todos los mandamientos, el más importante es amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. Ahora entendemos que el Maestro nos estaba enseñando que en los ojos de nuestro vecino es donde encontramos el rostro de Dios.
Sin embargo, si reduzco al Otro que viene a mostrarme la Divina Presencia a un objeto mental, o lo utilizo como un medio para mis fines, el rostro de Dios se oculta y comienzo a sentir su Presencia como algo absolutamente lejano. El momento en que dejo de ver al Otro como el vecino que me muestra a Dios y en cambio lo intento poseer como un objeto de mi mente, enseña la mística hebrea que la Divina Presencia entra en exilio y por eso es que dejo de sentir la cercanía de Dios en mi vida.
En cambio, cuando soy capaz de estar en Presencia con el Otro, cuando escucho con atención, cuando me acerco con compasión, cuando dejo espacio para que el otro sea quien realmente es, estoy creando un lugar para que habite la Shejiná, la Divina Presencia, en mí, y así siento tangiblemente la cercanía de Dios en mi vida que me genera paz, gratitud, felicidad y armonía.
Ver el rostro de Dios en el Otro
La mística judía nos enseña que Dios es una Presencia concreta que mora en la Tierra junto a nosotros, a la cual accedemos no por medio del éxtasis meditativo – si bien la meditación nos ayuda a cultivar la atención plena – sino a través de la conexión con las personas que nos rodean.
Pero sólo me puedo conectar verdaderamente con ellas y ver a Dios en su rostro si soy capaz de purificarme de mis aprehensiones mentales y estar completamente presente, compenetrado con las necesidades del Otro.
Y cuando el Otro hace ese mismo proceso interno y se conecta con mis necesidades, es cuando ocurre la magia e invitamos a Dios a vivir en la Tierra junto a nosotros.
Desde esta interpretación, comprendemos mejor lo que Jesús nos quiso decir al enseñar: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Reunirse en el nombre de Él no es seguir una ideología o un set de creencias, sino que es compenetrarnos con nuestro vecino por medio de la atención plena para abrir un espacio para que la Divina Presencia habite en nuestro corazón.
Gracias por leerme ❤️
Mi nombre es Benjamín Albagli Link y esto es Emet, un espacio para compartir reflexiones que nos invitan a mirar hacia adentro y recordar la verdad de nuestra alma.
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